Medidas que se toman en estos días, como subvencionar la destrucción de la ganadería por parte del gobierno holandés, o la destrucción de presas en plena sequía, en la que es líder el gobierno español, podrían considerarse meramente técnicas si no fuesen aplicación de la ideología climática inherente a la Agenda 2030 de Naciones Unidas, que ciertas élites están imponiendo a nivel global.
De ahí que el alarmismo medioambiental exija precauciones, como sostiene Stefano Fontana, director del Observatorio Internacional Cardena Van Thuán sobre la Doctrina Social de la Iglesia. Fontana expresa en La Nuova Bussola quotidiana, con motivo de una cumbre climática en 2019, apuntando a diez criterios de prudencia y cautela ante la unidireccionalidad y a – cientificidad de los mensajes lanzados unánimemente por las instituciones internacionales y los medios sistémicos. ¿Cuál debería ser la actitud de un católico ante este tipo de cumbres y sus decisiones?
Decálogo contra el alarmismo verde:
Primero: Debe ser respetuoso sobre la magnitud del problema. Sobre las causas del calentamiento global atribuibles al hombre no hay en absoluto un acuerdo entre los científicos. Y, por consiguiente, tampoco hay acuerdo sobre la oportunidad o necesidad de inducir costosos cambios en los comportamientos humanos, dado que éstos no son la causa de los cambios climáticos. Una pequeña variación de temperatura en el Océano Pacífico tiene un impacto sobre el clima infinitamente mayor que todas las intervenciones humanas. La fe pide al católico guiarse según la razón, y en consecuencia no prescindir de la ciencia ni hacerle decir lo que no dice.
Segundo: El católico debe ser realista y no obviar el hecho de que las hipotéticas intervenciones humanas para reducir el calentamiento global tendrían un coste elevadísimo. Por tanto, es lícito pensar que existen importantes intereses impulsando que se adopten esas inversiones. Si se condena la especulación económica de las empresas de un sector, habría que hacer lo mismo con las de otros sectores. La green economy [economía verde] no es celestial por naturaleza.
Tercero: El católico no debe entregarse a alarmismos atemorizantes. El milenarismo de los ecologistas es conocido desde hace tiempo y son innumerables las previsiones que han hecho en el pasado sobre el colapso que sufriría nuestro planeta, sobre todo por la superpoblación. Previsiones que no se han cumplido. El católico no debe adaptarse a estas previsiones catastrofistas, sobre todo si no tienen base científica.
Cuarto: La postura católica, sobre todo la manifestada por la Santa Sede o por las conferencias episcopales, no debería nunca alinearse con decisiones políticas. No habría que tener tanta prisa, por ejemplo, en hacer propias las decisiones de la cumbre del clima de París o de Katowice. Son decisiones políticas que implican opciones contingentes y complejas, y se corre el peligro de ser considerados parciales. La Iglesia debería proponer los grandes principios, y no sumarse a las soluciones políticas que dividen el campo entre “buenos” y “malos”. Si no lo hace en tantos otros ámbitos, ¿por qué tendría que hacerlo en éste?
Quinto: El católico no debería nunca utilizar la expresión “Madre Tierra”, sobre todo con mayúsculas, ni adherirse a documentos que empleen esta expresión gnóstica, esotérica e idolátrica. No es legítimo justificar su uso apelando a San Francisco ni a su Cántico de las Criaturas, que no tenía nada que ver con el esoterismo. Lamentablemente, muchos documentos eclesiásticos adoptan ahora esa expresión, dándose el caso de que no hablan de Cristo, pero sí de la Madre Tierra.
Sexto: El católico no debería nunca equiparar inmediatamente la ONU con el Bien, y convertir cualquier conclusión de una cumbre de la ONU en un deber absoluto para las personas responsables. Sabemos con total certeza que las agencias de la ONU suelen llevar a cabo acciones ideológicas contrarias al verdadero bien del hombre. En particular, la Iglesia no puede adaptarse a las Naciones Unidas ni compartir su lenguaje. Por ejemplo, no debería hacer propia a – críticamente la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible. En las cumbres de El Cairo o de Pekín de los años 90, la Iglesia fue crítica hacia estas posiciones; debería seguir siéndolo.
Séptimo: Los gobiernos no deberían nunca aceptar órdenes de entidades supra-estatales sobre estas temáticas, porque detrás de las “directivas” de los organismos políticos supra-estatales, como la Unión Europea, se esconden visiones sobre las relaciones entre el hombre y la naturaleza que pueden ser erróneas.
Octavo: Un católico, y menos todavía la Iglesia, no debe dejarse deslumbrar por manifestaciones callejeras que suelen estar manejadas y financiadas en la sombra, incluso cuando se trata de manifestaciones juveniles. Corear lemas teledirigidos y salir a la calle junto a estudiantes reclutados puede hacerle a uno muy famoso, pero no necesariamente justo.
Noveno: Cuando se habla de “ecología medioambiental”, la Iglesia y los católicos deberían siempre procurar que se hable también de “ecología humana”. No solo ambas cosas no van separadas, sino que la ecología humana debe tener siempre la prioridad sobre la medioambiental. Si no se habla también de la lucha contra el aborto, hablar de la lucha por la biodiversidad no solo es reduccionista, sino un engaño.
Décimo:Los católicos no deberían hablar nunca de naturaleza sin añadir que es creada, y nunca deberían hablar de lo creado sin hablar del Creador, porque faltaría la perspectiva decisiva y sería como decir que las cosas pueden ir bien sin Dios. Lo cual, por lo demás, contrasta con eso que se dice hoy en la Iglesia de que existe un pecado de “ecocidio”. Se dice esto, pero cuando se mencionan los problemas medioambientales no se habla nunca del Salvador.
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Fuente: Artículo en La Nuova Bussola Quotidiana, publicado en Rel el 7 Diciembre 2019 y actualizado. Traducción de Carmelo López-Arias.