El Parlamento irlandés rechaza el referéndum sobre la “neutralidad de género”

El gobierno irlandés ha recibido una apabullante llamada de atención. Tras haber gastado 24 millones de euros de los contribuyentes para tratar de convencer a la nación de eliminar la palabra “madre” de su Constitución, el pasado fin de semana, sufrió la estrepitosa derrota de su último referéndum “progresista”: Un 74% de votos optó por proteger la redacción original.

Los cambios propuestos habrían eliminado las disposiciones que reconocen y honran el servicio de las mujeres en la sociedad, en la crianza de la próxima generación de ciudadanos responsables: “… el Estado reconoce que, por su vida dentro del hogar, la mujer presta al Estado un apoyo sin el cual no puede lograrse el bien común. Por lo tanto, el Estado se esforzará por garantizar que las madres no se vean obligadas por la necesidad económica a trabajar en detrimento de sus deberes en el hogar”.

Un resultado favorable al “sí” habría sustituido este lenguaje por una alternativa neutra en cuanto al género, obligando al Estado, de forma más vaga, a apoyar los cuidados en el hogar y en la comunidad. Puede parecer un pequeño retoque, y, ciertamente, hay algunos hombres que desempeñan un papel importante como padres que se quedan en casa. Pero las experiencias masculinas y femeninas en el lugar de trabajo, el hogar y la sociedad en general son diferentes. Las mujeres y los hombres no son intercambiables. Las presiones que soportan las madres son únicas. Es ella, que ha dado a luz a su hijo en una experiencia que ningún hombre puede replicar, la que navega por el delicado equilibrio entre trabajo y familia.

Los datos históricos respaldan el resultado obtenido, que el Gobierno podría haber tenido en cuenta, si no hubiera asumido ciegamente que podía hablar en nombre de las mujeres de Irlanda. Dos tercios de las madres irlandesas preferirían quedarse en casa para criar a sus hijos a tiempo completo que volver a trabajar, si pudieran permitírselo.

Es un sentimiento que se repite en todo Occidente: el 56% de las madres estadounidenses coinciden en que preferirían quedarse en casa y dar prioridad a la crianza de los hijos sobre la promoción profesional. Más de un tercio de las británicas están de acuerdo. El modelo actual de feminismo suele estigmatizar este sueño, exigiendo a las mujeres que recuperen su estatus social, reincorporándose a la carrera hacia la sala de reuniones lo antes posible, después de dar a luz.

Pero, ¿qué hemos ganado con ese modelo? La caída de la natalidad. La presión que se ejerce sobre las mujeres para que pasen su juventud ascendiendo -a través de llamadas de zoom y cubículos de oficina- ha contribuido, sin duda, a que la tasa de natalidad haya caído al nivel más bajo registrado en seis décadas. A una generación de mujeres desilusionadas, se les ha inculcado que su valor en la sociedad depende más de su contribución al PIB, que de su aportación a la crianza de la próxima generación.

Los gobiernos occidentales han entendido la “política de maternidad” como una externalización más barata del cuidado de los niños, para que las mujeres puedan volver al trabajo lo antes posible, en lugar de encontrar soluciones creativas para apoyar la decisión de las mujeres de dar prioridad a la crianza de los hijos e invertir en la educación de la próxima generación. Las consecuencias para la sociedad aún están por verse. Estudios estadounidenses, demuestran que pasar muchas horas en guarderías subcontratadas, puede estar relacionado con un aumento de la agresividad y la desobediencia en los niños, peores relaciones con los profesores y una mayor propensión a asumir riesgos en la adolescencia, incluidos el sexo, las drogas y el consumo de alcohol.

No es sólo un concepto anticuado del feminismo lo que está rebajando el valor y el respeto atribuidos a las madres. El creciente aumento de la práctica de los vientres de alquiler, exige la comercialización de la maternidad, degradando el papel de la madre gestante como mera “incubadora” de un producto que se entrega al cliente. Una tendencia cada vez más extendida entre los hombres homosexuales que crean una familia por gestación subrogada, es anunciar la noticia en las redes sociales sin camiseta, en la cama de un hospital, posando como si acabaran de dar a luz. Las propuestas de la Comisión de Derecho del Reino Unido pretenden permitir que, en tal situación, los dos padres figuren en el certificado de nacimiento en el mismo día, borrando así el papel legal y social de la madre en la vida del niño que ha gestado y traído al mundo.

No cabe duda de que los padres son necesarios e insustituibles en la vida de un niño. Pero mil padres excelentes no pueden sustituir a una madre y su papel único, femenino y nutritivo. La vida de una madre es, a menudo, una tarea ingrata. Irlanda está muy por delante del resto de Occidente a la hora de reconocer su papel insustituible en su constitución. Ha llegado el momento de poner en práctica sus palabras: honrar a las madres con opciones laborales mejores y más flexibles, y con la posibilidad de tomar la decisión de ausentarse del trabajo durante el tiempo que consideren necesario para criar a sus hijos.

En los últimos años, el Gobierno irlandés ha hablado mucho de apoyar la “elección”. Si es así, ya es hora de apoyar la decisión de una mujer de ser una madre comprometida.


Fuente: dailywire.com, por Lois McLatchie Miller, 12 marzo 2024.
@ Fotografía: Getty Images.

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