El “wokismo” y sus insalvables contradicciones internas

La violencia desatada por Black Lives Matter en la primavera y verano de 2020, contra personas y mobiliario urbano, produjo graves daños en numerosas ciudades de Estados Unidos en un despertar de las guerras raciales por parte de la cultura ‘woke’ de la cancelación, la nueva forma de censura -políticamente correcta- que no actúa solo a nivel de coacción violenta (agresiones, escraches, destrucción de monumentos) sino que se ejecuta con respaldo legal (políticas de privilegios por la “igualdad”, persecución del “discurso de odio”, imposición de la ideología de género).

El filósofo francés Henri Hude (n. 1954), ex profesor en el Instituto Juan Pablo II, desenmascara en La Nef (nº 357, abril 2023) las confusiones e ilusiones de esta ideología que no teme desafiar las reglas de la razón.

¿De dónde viene el “wokismo”?

Desde el punto de vista filosófico, lo woke forma parte de un marco que no tiene nada de nuevo. El humanismo occidental moderno ha oscilado durante siglos entre un polo objetivista y otro subjetivista. O bien el hombre es una máquina, y nos preguntamos por qué tiene conciencia, o bien es un espíritu puro, y nos preguntamos por qué está pegado a una máquina. Los pensadores se esfuerzan, o por excluir una de las piezas, o por unirlas. El hombre, disociado, duda de su alma, de su libertad, o no sabe qué hacer con su cuerpo…

El objetivismo adoptó la forma de conductismo. Todo en el hombre-máquina debía explicarse por reflejos condicionados. La conciencia de ser hombre o mujer parecía ser solo un conjunto de reflejos adquiridos, que podían ser sustituidos por otros. ¿El hombre? Una máquina, programable y reprogramable.

El subjetivismo se hizo posmoderno. Para los modernos, Kant por ejemplo, todo era subjetivo, pero había una objetividad, porque todos los sujetos tenían como fondo común un único sujeto: la razón universal, denominada trascendental o absoluta. Lo posmoderno expulsa este resto de trascendencia y conduce a un neopoliteísmo. Cada individuo es un sujeto absoluto, que tiene su propia objetividad. El mundo, la materia, el cuerpo apenas existen. Los fenómenos, son cúmulos sensoriales estructurados por discursos que los hacen existir. Estas divinas libertades individuales, creadoras de su mundo, tal vez el único real, pueden concederse para burbujas subjetivas, sin realidad objetiva… Lo woke, con su ideología de género, no es más que una aplicación de esta metafísica politeísta.

Sobre esa cima posmoderna con dos vertientes, nos inventamos un politeísmo de dioses-carne. Cada sujeto-individuo-dios será, ante todo, una carne. Lo woke imagina también una carne común -una raza- en la que los pequeños dioses se encarnan juntos, compartiendo la misma burbuja de carne que tiene sus propias ideas. Las guerras raciales se convierten en guerras religiosas y éstas en guerras entre dioses. La objetividad no es más que la falsa creencia de una raza que cree en la objetividad y se cree superior a los demás, a causa de este error.

Por último, al vernos obligados a dar cabida al objetivismo (la tecnología obliga), pero ya no a buscar una verdadera síntesis, vivimos en el “doblepensar”, tal como había previsto Orwell.

Género y raza: dos teorías contradictorias:

Según la ideología de género, sea cual sea mi “sexo” físico, son mi conciencia y mi libertad las que determinan mi “género”. No hay necesidad de cirugía para esta metamorfosis. Mi esencia es el efecto de mi libre decisión. Mi ser se ajusta a mi palabra creadora. Aunque cada célula de nuestro cuerpo esté sexuada, se postula que la verdadera esencia sexual humana (el género) es independiente del cuerpo.

El color de mi piel pertenece a mi cuerpo, tanto como mi sexo. Así que debería haber espacio para una transición de género “cromática”. Si un hombre puede convertirse en mujer, un blanco puede convertirse en negro. Si siento que soy del color X y quiero ser del color X, me convierto en el “género cromático” X. Pero lo woke no funciona así. Como persona de un sexo, soy un espíritu puro y mi cuerpo no me condiciona. Como persona de una raza, estoy atada a mi color, que condiciona toda mi esencia y existencia.

Por consiguiente, lo woke incluye dos teorías bastante contradictorias. La ideología de género, está en el lado subjetivista; la teoría de la raza, en la cima. Ambas son politeístas, pero una cree en espíritus individualistas puros que viven en sus representaciones, la otra en dioses-carne que hacen cuerpo. La contradicción podría eliminarse y el problema del racismo resolverse, si todos los individuos pudieran hacer una transición cromática de género. Pero parece que lo woke se empeña en preservar la contradicción.

Lo woke no es un producto de la razón. El primer grito de sus activistas fue: “¡Dejad de razonar! La lógica es racista”. He aquí sus axiomas: “El concepto mismo de matemáticas es falso”. “La objetividad es un mito”. La idea de ciencia rigurosa es “violencia epistémica” (todos estos puntos se explican en el libro, muy bien escrito,  La religión woke, de Jean-Francois Braunstein. Lo woke es como los sueños, los mitos o la propaganda de guerra. El método adaptado a su estudio es una hermenéutica de la sospecha, que busca cómo se relacionan los discursos y las prácticas, con los diversos intereses.

Un arma de guerra al servicio del Leviatán:

La persona woke, ardiente proselitista, no tolera la contradicción y persigue a sus oponentes. Su proyecto de revolución cultural se llama “cultura de la cancelación”. Tiene cierta sensibilidad socialista, combinada con una gran indulgencia hacia el capitalismo que le financia.

La idea de una crítica política de lo woke como medio de dominación a través de la destrucción de la cultura está bien fundada en los hechos. La prueba es el proyecto woke de enseñar a los niños negros “matemáticas igualitarias”. Todo el mundo admitirá que la difícil pedagogía de las matemáticas siempre puede mejorarse. Pero la idea woke parece consistir en reestructurar la enseñanza de las matemáticas ignorando la búsqueda de lo verdadero y lo falso.

Se trata del oscurantismo más cínico que jamás haya existido. Ahora bien, este proyecto está financiado por una gran fundación vinculada a un gigante económico mundial. ¿Contratará esta empresa como director financiero a un individuo que haya recibido esta formación? Cuando un plutócrata financia semejante disparate, tiene sus razones para embrutecer al pueblo, y a los negros en particular.

Por lo tanto, una crítica política de lo woke debería exponer, precisamente, la función de las ideas woke en la defensa de los intereses de clase y los proyectos de dominación política. Una vez destruido el principio de no contradicción, se dan las circunstancias para un caos mental y social controlable por un poder totalun Leviatán universal, que podrá decir: “Yo soy la Democracia”.

Lo woke es un producto de las universidades estadounidenses. ¿Cómo es posible? La primera respuesta es el relativismo estándar de los académicos, primer principio de esta cultura de la impotencia, que el Leviatán necesita para dominarlo todo. De ahí su sumisión. Si todo es igual, si todo vale, si al final 2+2=5, es el final de toda razón, de todo pensamiento crítico y de toda valentía intelectual. Una opinión que sea la media entre verdades, errores y absurdos es la que define la opinión común a la que hay que adherirse para maximizar el propio beneficio, minimizar las fricciones y evitar la marginación.

La segunda respuesta es que las universidades están financiadas por plutócratas que constituyen el núcleo duro del Leviatán en Occidente. Para ellos, lo “verdadero” es lo que les es útil. El consenso de la comunidad científica tiende a convertirse en el resultado de las estrategias de poder del Leviatán y de las estrategias de carrera, o de supervivencia, de los científicos.

Una fabulación neurótica:

La presión no lo es todo. Lo woke satisface el alma posmoderna con producciones de la función fabuladora que cumplen una función terapéutica de tipo mágico. El Occidente moderno era racional, pero su cultura era también una cultura de la “duda”, la desconfianza y la “libertad ante todo” y, por tanto, de la guerra: la ciencia y la tecnología eran armas de guerra contra la naturaleza -y contra las personas-; su razón guerrera, de la que el moderno estaba tan orgulloso, lo inclinaba a las ideologías totalitarias, a la guerra total y al desprecio de lo que no es Occidente.

Ahí radica el meollo de los problemas de evaluación de las políticas coloniales y de los problemas de coexistencia racial.

El racionalismo duro del Occidente moderno, al poner toda la vida sensible fuera de la verdad, dio a la moral un carácter neurótico. A esto siguió una explosión inmoralista a partir de los años 60: primero, en sexualidad, con etapas (libertinaje, feminismo a la antigua, homosexualidad, transexualidad y después Dios sabe qué); segundo, en economía, con una desregulación neoliberal cada vez más absoluta; tercero en política, con una oligarquía cada vez más férrea.

¿Qué hay de verdad en lo woke y en su denuncia de los poderes (salvo el del Leviatán)? La cultura humanista moderna, por anteponer la libertad a la bondad, la amistad, el amor, la justicia y la verdad, se convierte en una cultura de guerra. Esta cultura traumatiza sobre todo a los más débiles, que se sienten víctimas. Y como todos, incluso los que se creen fuertes, son martirizados por esta cultura, todos se sienten víctimas y buscan la salvación en la insensatez.

¿Qué futuro queda para el humanismo?

Lo woke da testimonio de la crisis del humanismo occidental, que se entrega al desenfreno del antihumanismo sin renunciar a la libertad. A principios de la posmodernidad, la gente seguía siendo racional, se apoyaba en estructuras sólidas. Todavía se trataba de “libertad”. Pero, cuanto más se desvanecían de la conciencia, la fe cristiana y el humanismo moderno, más caía el sexo liberado en la banalidad del mal. Perdía su aura de modernidad corriendo hacia la libertad y la igualdad, sobre todo porque es claramente cómplice de la proletarización y la destrucción de las soberanías políticas. La absurda contradicción entre sexo y vida engendra, inconscientemente, una nueva culpa, neurótica y más profunda. Esta vez, para encontrar la libertad y recuperar el equilibrio, hay que descender a los infiernos. Esto no está al alcance de todos. Muchos concluyen que la carne es infernal y sueñan con un ideal ascético, aunque pocos están preparados para el ascetismo. Es así como la época de lo woke es la época del #metoo puritano-libertario.

Se comprende entonces que la demonización de la carne parezca purificada por la fe woke en una separación total entre carne y espíritu, que vuelve (en teoría) la carne tan ineficaz sobre el espíritu que ésta puede vivir totalmente libre, paralelamente a la serenidad de un espíritu puro y desencarnado, ajeno a la vida, al matrimonio, al parto. Nada de esto es muy nuevo. En eso consistía la religión gnóstica (entre otras muchas) en el siglo III.

Si un manicomio fuera una democracia y tuviera una religión oficial, elegiría la religión woke. Esto se debe a que, incluso entre las élites, la verdad y la realidad se han convertido en un sufrimiento intolerable para una conciencia individual enamorada de la libertad absoluta y arbitraria. No saldremos de esto sin un replanteamiento profundo del humanismo, dejando de arraigar la razón en la “duda”. Solo así encontraremos, no sin ayuda del Cielo, la naturaleza tras los “objetos”, las personas tras los “sujetos”, el Dios-Absoluto tras el “sujeto”. Y también, la falta detrás de la culpabilidad; detrás de la utopía, la salvación; detrás del superhombre y sus infrahombres esclavos, al único Dios-hombre real, Cristo.

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Fuente: religionenlibertad.com, traducción del inglés por Helena Faccia Serrano, 20 Abril 2023

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