En California: Una madre rescata a su hija de las garras de la agenda trans en la escuela secundaria

Erin Friday, apoderada del Central Middle School, en San Carlos, California, descubrió que ningún caballero en brillante armadura vendría a rescatar a su hija; debería hacerlo ella misma…

Todo empezó de forma aparentemente inocente: unos apodos que sonaban a chicos y un par de letras más en el abecedario. Pero inocente no era. Se oía a algunas niñas, -entre ellas su hija, que por entonces tenía 11 años-, conversar en el patio sobre cosas nuevas que habían aprendido en el colegio, cosas que, en sus mentes, marcaban una distancia abismal entre ellas, ahora poseedoras del conocimiento, y sus retrógradas y desactualizadas madres.

“Cinco chicas, cada una de las cuales eligió una etiqueta que estaba en el alfabeto, se rieron de mí y me dijeron: ‘Eres cis y no lo entiendes'”. Nunca antes había oído el término “cis”, cuenta Friday a The Epoch Times. Era 2019, y la hija de Friday estaba en séptimo básico. Este fue el primer momento revelador que tuvo la madre: “¡¿Qué demonios les están enseñando a nuestros hijos en la escuela?!”, se preguntó. La curiosidad se convirtió en preocupación, a medida que germinaba esta cultura obsesionada con el género. “Probablemente, sea la pubertad”, pensó al principio.

La hija de Friday, una niña fan de “My Little Pony”, empezó a ponerse sudaderas holgadas. Friday pensó que se trataba de “un acto de timidez”, relacionado con la pubertad; Friday ya lo había experimentado. Pero, a medida que la niña se adentraba en el territorio de las “chicas soldado”, calzándose botas de combate; a medida que las amigas de pelo largo empezaban a asumir nombres de chicos; a medida que aparecía el tinte de pelo morado y verde, la preocupación de esta madre crecía.

Una semilla envenenada en la educación sexual del middle school (de 5º a 8º básico):

Así, esta curiosa cultura empezó a dar sus extraños y nocivos frutos. Se puso de moda tener una etiqueta. Mientras una chica se identificaba como “pansexual”, otra se autodenominaba “poliamorosa” o abierta a múltiples parejas. “La mitad de su grupo de girl scouts se declaró transgénero”, cuenta Friday. Las voces femeninas bajaron sospechosamente de la noche a la mañana. “Mi hija de 11 años eligió ‘pansexual’, prosigue Friday. “Un par eligió ‘lesbiana’, pero nadie eligió ‘hetero’ -supongo que en su terminología ‘cis’- porque eso es aburrido; es como elegir helado de vainilla”. Como advertencia humorística, Friday señaló que, extrañamente, seguían viendo la serie “Crepúsculo” y admiraban a sus vampíricos y fornidos galanes.

Sin embargo, esta madre estaba indignada y se sentía traicionada por aquellos en los que había confiado en la Central Middle School: los profesores de su hija. Friday conocía a la mayoría de ellos por su nombre, ya que a menudo era voluntaria allí. A veces, incluso, iban juntos a tomar algo. “Lo que diga tu profesor vale oro y es la verdad”, afirma. “Las dos personas más importantes en la vida de un niño son los padres y luego el profesor”. Friday había confiado en ellos y el colegio la había defraudado. No fueron -necesariamente- los profesores quienes la traicionaron. La madre se enteró de que Heath Connected, un nombre que suena inocuo, formado por terceros externos al colegio, habían impartido cinco horas de educación sexual a los alumnos. “Dedicaron una hora entera de las cinco horas de instrucción a enseñar sobre ideología de género, con el dibujo animado del ‘hombre de pan de jengibre’ -donde señalan el cerebro y señalan las partes del cuerpo- y, esencialmente, dijeron que puedes tener un cerebro femenino y un cuerpo masculino, o viceversa”.

Según Friday, por miedo, los profesores se doblegaron y empezaron a tratar de forma diferente a los alumnos que “mostraban su yo auténtico”. Se les alababa por ser increíbles y especiales, se les consideraba “unicornios” y se les elevaba a la categoría de superestrellas. “Los niños que están en los márgenes, sin muchos amigos, o tal vez un poco raros, salen del armario como trans y alcanzan el estrellato”, dijo. “Si eres blanco, de clase media o acomodada y heterosexual, eres un opresor, eres aburrido, no hay nada especial en ti”.

En 2020, cuando el COVID tuvo a los estudiantes encerrados y aprendiendo desde casa, Friday se sorprendió al enterarse de que el colegio público había estado utilizando el pronombre masculino de su hija y se enfrentó a la administración. En una llamada telefónica, le dijeron que lo hacían para proporcionar un “espacio seguro”, lo que a Friday le pareció ridículo. ‘Oh, bueno, no lo hicimos legalmente'”, fue la extraña respuesta que dieron a Friday. “Les dije: ‘En realidad no pueden, yo soy la madre, ustedes no'”.

“Supongo que les debí parecer “peligrosa”, porque usé  su nombre femenino y sus pronombres femeninos. Fue entonces que los Servicios de Protección de Menores (Child Protective Services) -CPS-, aparecieron en mi puerta. La policía vino después”. Los CPS consideraron a su hija “en riesgo de suicidio”, citando una búsqueda que la niña hizo en su iPad de la escuela. Aunque los CPS terminaron abandonando su investigación, Friday se enfureció porque la escuela utilizó el temor al suicidio como pretexto para una posible demanda por abuso en contra de la madre, por haberlos enfrentado en la descarada y secreta transición social de su hija.

Al lidiar con toda esta locura -la pubertad de su hija, las etiquetas de las niñas, la traición de la escuela y ahora los CPS en su puerta- el instinto de Friday llegó al meollo de la cuestión: La depresión inducida por el encierro tenía más que ver con el arrebato de género de su hija que cualquier otra cosa. No era la única niña que había caído en una espiral mental por culpa de COVID; estaba clarísimo. En cuanto a la solución, para Friday y otros muchos padres, se trataba de un terreno desconocido.

La contratación de un terapeuta para su hija, fracasó antes de empezar. El terapeuta insistió en que el recuerdo de Friday sobre la feminidad de su hija era “incorrecto”. “Me dije: ‘Vaya, es increíble’. ¿Así que le gustaba ‘My Little Pony’ cuando tenía 3 años sólo porque estaba esperando a salir de su caparazón y hacernos saber que era un niño?”  “Yo tengo un hijo; son muy diferentes”, le contra argumentó Friday.

El terapeuta hizo alarde ante Friday del  “41% de posibilidades de suicidio”. “Cuando le pregunté por el estudio, me quedó muy claro que ella no lo había leído, pero yo sí lo había hecho”, dijo Friday. “Me habrían despedido de mi trabajo como abogado si alguna vez hubiera citado un caso que no hubiera leído”. Así que eso es lo que consiguió la terapeuta que no trató la depresión de su hija: fue despedida. Para Friday, parecía que el mundo entero se había vuelto loco.

La batalla por recuperar a una hija perdida:

Era hora de que esta madre despertara de su letargo y empezara una seria “desprogramación de género” con su hija. El primer paso, consistiría en encontrar un terapeuta crítico con el género, más interesado en averiguar por qué su hija no se levantaba de la cama, no se lavaba los dientes, o no comía, que en vender ideología.

Mientras tanto, Friday tendría que armarse de conocimientos. Mientras leía libros como “Desist, Detrans, & Detox: Getting Your Child Out of the Gender Cult” ( Desiste, Detente y Desintoxícate: Cómo sacar a tu hijo del culto al género) de Maria Keffler, escuchó el podcast de Benjamin Boyce sobre los detransicionistas y “Gender: A Wider Lens” (El género: Una mirada más amplia).

Al comenzar a supervisar el historial de navegación, los dispositivos y las redes sociales de su hija, descubrió que había grupos en Internet que la bombardeaban con pornografía, que Friday describió como asquerosa, y fue descubriendo la naturaleza, cada vez más oscura y siniestra, de la agenda trans. Había grupos dirigidos específicamente a los niños trans, que los adoctrinaban de forma venenosa, convenciéndolos de que los padres que no afirmaban las nuevas identidades, eran unos villanos.

Con su propia hija enfrentada a ella, estaban en lados opuestos de un abismo. Para recuperar la mente de su pequeña perdida, tendría que salvar la distancia. Sabía lo que no funcionaría: largas discusiones, pruebas científicas, guardar silencio con la esperanza de que se le pasara. Sabía que no se le pasaría; tenía que abordarla de frente.

Aunque su hija tendría que descubrirlo por sí misma, la madre le iría dejando pequeñas señales por el camino: preguntas e insinuaciones que dejarían “pequeñas grietas” en su mente, hasta que la luz de la verdad brillara lo suficiente y la realidad apareciera.

“Le hice preguntas sobre las vacunas de Johnson & Johnson y le dije: ‘Dios mío, esto no es bueno para las mujeres. ¿Puedes colocártela?”, cuenta Friday. “Me gritó y me dijo: ‘No soy una mujer’ y se largó. Pero eso fue una victoria; es una realidad biológica”. Otra estrategia fue preguntarle por qué pensaba que era un chico y respondió que no le gustaban sus pechos. “¿Y qué más?, le insistió Friday. ‘No me gusta la regla’. “Acabas de explicar por qué no te gusta ser una chica, continuó la madre, pero, ¿por qué crees que eres un chico?” La hija no pudo responder y se enfadó, obviamente, pero quedó una grieta en su mente.

Friday no dejó nada en el ring luchando contra el enemigo invisible de la mentira. Dejó su trabajo y pasó jornadas de 16 horas rastreando la agenda, hasta sus diabólicas raíces. Ahora identifica el transexualismo como “una secta”. Para romper el dominio de la secta sobre la mente de su hija, probó la estrategia de reproducir podcasts de sectas en el coche, como la de los Moonies, con sus matrimonios masivos concertados a base de drogas, y demostró hasta qué punto se puede engañar a la gente. Friday le insinuó a su hija: “Hay gente que cree que la transexualidad es una secta”, y se marchó para dejar que lo procesara.

El deber de esta madre era ocuparse de su hija. Le confiscó gran cantidad de dispositivos, registró su habitación y encontró iPhones debajo de los colchones. Se dio cuenta de lo lista que era su hija: tenía dos cuentas de cada red social. Por un lado estaba el Instagram que miraba mamá, y por otro, la cuenta sombra para sus “amigos” trans.

Friday tardó un año y medio en lograr que su hija aceptara ser tratada por su nombre de pila -femenino-, pero esta fue la señal de que casi lo habían logrado. Ante el incesante bombardeo de su madre, el castillo de naipes transgénero se derrumbó. Friday tenía razón: a medida que la depresión de su hija desaparecía, también lo hacía su “ansiedad trans”. “La depresión empezó a desaparecer, y eso es muy importante porque la identidad transgénero es una respuesta inadaptada a la depresión y la ansiedad”, explica Friday. “Una vez que abordas el problema subyacente, la transexualidad empieza a desvanecerse”. Pero el momento en que Friday supo que la vuelta era real se produjo antes de unas vacaciones familiares previstas para Navidad, cuando su hija eligió un bañador. “Le había puesto un montón de opciones de bañadores diferentes, incluidos pantalones cortos y camisetas de tirantes”, cuenta Friday. “Y eligió el biquini que solía robarme cuando era pequeña”.

La guerra de los transexuales continúa:

Esta batalla estaba ganada, pero la guerra sigue en curso para los innumerables padres con hijos aún vulnerables. Y así, la madre siguió adelante y se adentró, aún más, en el mundo trans para enterarse de quién o qué está detrás de la mutilación y esterilización de niños. El transexualismo no es sólo una secta, sino una fuente de dinero para Big Pharma, que cosecha pacientes para toda la vida en forma de niños que cambian de sexo. “Se trata de una industria de 11.000 millones de dólares”. “Es una hidra de varias cabezas. La comunidad médica y las grandes farmacéuticas lo promueven porque cada niño transexual vale entre un millón y un millón y medio de dólares. Son pacientes médicos de por vida”, afirma.

La promulgación de la transexualidad en la sociedad en general es también una selección deliberada de la manada, añade la madre. “Esto es eugenesia”, afirma. “Le estamos diciendo a un niño al que le gusta jugar con cosas de niñas -otra vez, un estereotipo regresivo- que en realidad debe ser una niña. Ese niño, probablemente, crecería para ser simplemente un niño gay, pero ahora, al alentarle a transicionar, lo estamos convirtiendo en estéril y, de esa forma,  lo eliminamos de la manada.

En una palabra, es marxismo:

La depravación es aún más profunda. Friday sostiene que todo esto fomenta la normalización de la pedofilia, un fetiche que supura en los bajos fondos de la sociedad: en la moda, el entretenimiento, la política y otros pozos negros.

En última instancia, el objetivo es la destrucción de la familia y  de nuestra democracia, dijo Friday, añadiendo que “en realidad, podría ser la caída de nuestra sociedad en su conjunto, si esto continúa.” La ex abogada optó por no volver a su trabajo y permanecer en primera línea para luchar. Se unió a Our Duty, un grupo internacional de padres, que permite a sus miembros actuar libremente en su entorno para luchar contra la transexualidad. Redactan leyes, testifican ante organismos gubernamentales y ofrecen a los padres desesperados un lugar al que acudir en un mundo enloquecido.

“Me pasé, probablemente, un año entero llorando”, cuenta Friday. “Tuve una depresión severa y pensé en suicidarme, porque no podía ver morir a mi hija de mil cortes y que el mundo la vitoreara y yo fuera testigo de esto”. Convirtió su dolor en acción, a través de su voz. Mientras algunos padres se esconden tras unos “alias”, Friday eligió una táctica diferente: “Voy a ser una defensora y voy a dejar que mi hija sepa exactamente lo que estoy haciendo”, dijo. “Hablo ahora con mi nombre real, porque es necesario.Y no es peligroso: no pueden cancelarnos a todos”.

Hoy, Friday es cautelosamente optimista respecto de su hija. A sus 16 años, su futuro está lejos de ser seguro.Con la universidad en el horizonte, habrá guerreros de género presionando, mientras que Internet sigue plagado de depredadores al acecho. No hay “lugares seguros”, afirma Friday. Sin embargo, se atreve a hacer una predicción: “No creo que la difamen, porque disfruta mucho de su cuerpo femenino”. “Pero ya la capturaron una vez. No voy a dormir tranquila hasta que tenga 25 años y ese lóbulo frontal se haya formado”.

Como dice Friday, para un niño, lo que dice su profesor, “es oro y es verdad”. “Las dos personas más importantes en la vida de un niño son sus padres y luego el profesor”. Ella había confiado, pero el colegio la había defraudado.

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Fuente: theepochtimes.com, tomado del artículo por Michel Wing, 27 mayo 2023. Traducción, Equipo Freneduc.

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