Prohibido prohibir (el “smartphone”)

Ojo, nos dicen -en tono desafiante- que no se nos olvide que nuestros hijos tienen “derechos digitales”: derechos fundamentales a buscar información en Google, a compartir su intimidad y a tener redes, y que nosotros, sus padres, no podemos meternos…

Nos preguntamos, ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí? Gracias, en gran parte, a los tecnomitos -creados por la industria que nos ha vendido el desastre y ahora nos vende la supuesta solución- que se proclaman a diario: “Prohibir solo hace más atractivo lo prohibido”; “El mundo será digital o no será. Eso es el futuro y no hay marcha atrás”; “Hay que educar en el uso responsable. Dale el móvil cuanto antes, si no, será demasiado tarde para pactar”; “Alejar a los niños y jóvenes del móvil es una postura radical y extremista”; “Prohibir es lo fácil para quien no quiere educar (y agregan que el Estado no está para hacer leyes para los padres incompetentes que se desentienden)”; “La tecnología no es ni buena ni mala, depende de cómo se usa”; “Todo es cuestión de equilibrio (y citan a Aristóteles y su famoso término medio: Entre la abstinencia y diez horas, lo justo, centrado y moderado sería cinco, o lo que a cada uno se le antoja porque en definitiva todo es relativo y lo vicioso sería ubicarse en un extremo o en otro.)

Cada vez que escuchamos alguna de esas frases, tiramos del hilo y… detrás del experto, de la fundación o de la empresa que saca alguno de estos argumentos, hay un patrocinio o un socio vinculado con la industria digital.

El movimiento de los padres que piden medidas sociales y políticas para apoyar sus decisiones educativas no solamente es un grito de desesperación, sino una toma de conciencia de que cada uno de los argumentos comerciales de la industria tecnológica no toma en cuenta la realidad educativa cotidiana de la familia, que lleva una década intentándolo, con la mejor intención del mundo, pero se rindió ante la evidencia de que la atractiva teoría no funciona. ¿Por qué?

1.-No se puede “educar en el uso responsable”, dándole un dispositivo a una mente inmadura.

‘Educar o prohibir’ es un falso dilema. Libertad no es libertinaje. No se puede educar sin prohibir o poner límites; ni se puede poner límites con sentido sin educar. Poner límites no es fácil, pues hay que dar razones y buscar alternativas que requieren tiempo y esfuerzo. Lo fácil es comprar comodidad con una pantalla que les hipnotiza. El concepto del “uso responsable” con el dispositivo en mano en una mente inmadura es una utopía que nos ha vendido la industria para crecer en su base de usuarios y clientes. Solo sirve para culpar a los padres que lo intentan y no lo consiguen.

La disciplina es condición sine qua non para el ejercicio de la libertad. Solo una persona disciplinada, que tenga templanza y fortaleza interior, puede escoger libremente el bien y la virtud. Hablar de responsabilidad en un ser que aún no es libre, es traicionar el sentido mismo de la palabra libertad. La templanza, la fortaleza, la capacidad de inhibir los estímulos externos, de distinguir lo falso de lo verdadero, de decidir prudentemente… Todas esas cualidades no se desarrollan con el dispositivo en mano, sino antes de tenerlo. La mejor preparación para el mundo on line es el mundo off line.

2.-La tecnología no es neutra, y menos en una mente no preparada para usarla.

¿La tecnología es neutra y depende de cómo se usa? Marshall McLuhan dijo que esa postura era la del adormecido idiota tecnológico. Nos guste o no, los smartphones y los tablets tienen efectos que no podemos obviar sobre el desarrollo y el aprendizaje de nuestros hijos y alumnos.

Por los motivos expuestos por la pediatría, la tecnología nunca es neutra en la infancia, porque se trata de una etapa delicada durante la cual el niño está en un momento crítico de su desarrollo. Es cierto que un cuchillo puede servir para hacer una tortilla o para matar, sin embargo, no consideramos que dárselo a un niño de tres años sea prudente; tampoco es neutro poner en las manos de una persona no preparada un dispositivo diseñado para crear adicción y secuestrar (para monetizar) su atención. Así pues, la tecnología que consuman nuestros hijos tendrá sus efectos y sus riesgos, al margen de lo que pretendemos conseguir con ella y de las buenas intenciones de los educadores que se las proporcionan.

Luego está el “efecto desplazamiento” también llamado coste de oportunidad. El tiempo del que disponemos es limitado y mientras un niño o un joven está delante de una pantalla, está perdiéndose otras actividades más apropiadas para su buen desarrollo o aprendizaje.

3.-Educar no es buscar compromisos, consiste en buscar la excelencia.

Lo sentimos, pero algunos nos negamos a contentarnos con tener hijos que hacen su cama y son simpáticos a cambio de su dosis diaria de redes. Ser protagonista de su educación no significa pactar para tener una dosis diaria de bailes en Tik Tok a cambio de ser agradable y no molestar. Educarles no es buscar la conveniencia y la tranquilidad mientras están enchufados a un dispositivo que les mantiene callados. Educar es buscar la perfección, la excelencia.

Queremos que nuestros hijos sepan reconocer la belleza para luego poder desearla. Mientras están perdiéndose la infancia viendo horas de videos vulgares y estúpidos que dan de comer a sus peores instintos, es imposible llegar a tiempo para hablar con ellos de belleza y de amor antes de que la industria de la frivolidad y del porno lo haga. Hay millones de hijos que nunca buscaron pornografía, pero fue la pornografía la que los buscó a ellos. Y se dejaron encontrar porque son tan agradables que no supieron decir que no. No, no nos conformamos con hijos agradables. Queremos hijos virtuosos, con criterio, con un sentido de relevancia, un propósito vital, la cabeza amueblada y una firme convicción de lo que quieren y no quieren.

Lo que conforma su ambiente durante los primeros 16 años de su vida configurará su sentido de identidad personal. Tenemos claro que no queremos competir con las plataformas de una industria millonaria que obedece a los intereses de los que patrocinan sus contenidos (y que poco o nada tienen en común con los intereses educativos de los padres).

4. El término medio de la virtud no es una opción mediocre, a medio camino, entre dos alternativas

Algunos “moderados” hablan del término medio de la virtud, como si la solución siempre estuviese a medio camino entre dos alternativas, de tal forma que, si las estadísticas nos indican que nuestros hijos consumen 10 horas al día de pantalla, por ejemplo, la virtud consistiría en encontrarse en el punto a medio camino entre la abstinencia y esa cifra. Entonces la meta no consistiría en buscar la excelencia, sino en “evitar el abuso”, reduciendo el número de horas de exposición. Esa moderna interpretación del término medio lleva a posturas cambiantes: si cambian los extremos, el término medio necesariamente estará sujeto a cambio.

La profesora Margarita Mauri, catedrática de Ética de la Universidad de Barcelona, corrige esa interpretación kantiana del término medio aristotélico, explicando su verdadero significado: “Entre la virtud y el vicio no hay una mesura de transición que permita pasar, cambiando la medida, de la una al otro. Por el contrario, esa mesura supone un arraigo en la naturaleza”. En otras palabras, no es cuestión de cantidad ni de grados; entre añadir 250 ml de gin tonic al biberón del niño y no añadir nada, el término medio no consiste en añadir la mitad. En otras palabras, no existe un “cálculo superficial de la razón sin profundización en la naturaleza”. “En definitiva”, sigue Mauri, “no puede hablarse de la virtud como un vicio disminuido, o de éste como una exageración, por exceso o por defecto de la misma virtud”. Por poco moderno o demasiado clásico que suene, lo virtuoso consiste en tener la prudencia suficiente para informarse de lo que es más adecuado para un niño y llevar a cabo la decisión correcta, con fortaleza y templanza, obviando el ruido y las presiones del entorno.

El que define “término medio” como punto meridiano entre una postura y otra poco entiende de la vida virtuosa. Ese moderno moderado entenderá por prudencia algo distinto de lo que es: silencio, tibieza o cobardía ante la actitud dañina; reducirá la templanza a una ley de mínimos, a un pacto con la mediocridad. ¡Prohibido prohibir!, exclama. ¡Todo es cuestión de equilibrio!, matiza. El moderno moderado difícilmente logrará educar a sus alumnos o hijos en la vida virtuosa, pues desconoce en qué consiste.

En definitiva, la virtud es el ejercicio de una disposición estable que permite escoger lo más excelente desde la prudencia, la fortaleza y la templanza. Lo cierto es que dar a un niño o a un joven un dispositivo tecnológico diseñado para crear adicción y secuestrar su atención, no parece ser el medio más adecuado para disponerle a una vida virtuosa.


Fuente: religionenlibertad.com, tomado del artículo de Catherine L’ecuyer, 16 diciembre 2023
©Fotografía: Gary Cassel / Pixabay

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