“Sensitivity readers” o “lectores para cuestiones sensibles”: La pretenciosa denominación de los censores  woke que reescriben obras ajenas, nuevos soldados de la corrección política

En febrero de 2023 se conoció la purga que planeaban hacer los editores de Roald Dahl  (Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, entre otros) a la obra infantil del escritor, para adecuarla a las exigencias de la cultura woke. Gracias a la reacción de los lectores, la acción pudo ser mitigada. Se anunció que se haría también con Agatha Christie (una de cuyas obras más célebres, Diez negritos, se publica ahora bajo el título Y no quedó ninguno) y con el creador del agente 007, Ian Fleming. Hace años se retocaron numerosas expresiones de Enyd Blyton (Los cinco, Torres de Malory) al gusto de los estereotipos feministas. Los mencionados no son, ni mucho menos, casos únicos.

La tijera de la corrección política tiene unos ejecutores, que eluden el apropiado nombre de censores para presentarse como “sensitivity readers” [lectores para las cuestiones sensibles].

El sociólogo y periodista italiano Giuliano Guzzo, dedica un artículo a estos “controladores del pensamiento único”, husmeadores de expresiones potencialmente ‘ofensivas’, en el periódico Il Timone (Nº 228, mayo 2023, Italia):  “Si leéis Il Timone, es porque ellos (los “sensitivity readers”) no trabajan para nuestra revista. Si no fuera así, ¡adiós!, el mensual sería redactado de nuevo totalmente, de arriba abajo. Incluso podría acabar en la basura, quién sabe. Lo que es seguro es que tendríamos problemas con un sensitivity reader, literalmente “un lector para las cuestiones sensibles” y, de facto, un controlador del pensamiento único cuya tarea es validar los textos antes de que sean puestos -o permanezcan- a disposición del público”.

No hay que confundirse: no tienen nada que ver con los -nunca demasiado alabados- correctores de galeradas. Porque los sensitivity readers no buscan errores, sino ofensas, aunque sean potenciales. Es más, buscan sobre todo contenidos “potencialmente ofensivos”, cosas que el lector medio no notaría pero que ellos, gendarmes de la corrección política, desencovan implacablemente entre líneas: simples palabras, a veces solo alusiones. Nada que, ni de lejos, pueda ser sospechoso de sexismo, racismo, homofobia u otros, escapa a su radar.

¿Cuál es el perfil de este trabajador invisible y, sin embargo, por lo que parece, valioso hoy en día? ¿Cuál es su identikit? Como si fuera una especie de agente secreto, el “lector para las cuestiones sensibles” no actúa a cara descubierta. Sabemos que el sensitivity reader está entre nosotros, pero no se sabe concretamente quién es. O al menos, no siempre. Y cuando entra en acción, ya es demasiado tarde: la guillotina de la censura ya ha caído.

“Oficialmente o no, lo usan las editoriales más importantes, y las agencias especializadas crecen”, explicó a principios de enero un artículo publicado en el periódico francés Le Monde. Suelen ser jóvenes recién licenciados, conocedores de los debates culturales internacionales y con algún tipo de competencia editorial y literaria. Surgieron en el mundo anglosajón, pero hoy los sensitivity readers están muy activos en Alemania, Francia y parece que están empezando a debutar en Italia. Para evitar problemas futuros, hay autores que ya los utilizan.

El escritor escocés Irvine Welsh, autor de Trainspotting, para la redacción de su thriller The Long Knives, que en parte trata de personas trans, decidió utilizar un sensitivity reader transgénero para evitar perderse entre pronombres equivocados, asteriscos y otro tipo de líos. “Al principio era hostil a esta práctica, la consideraba una forma de censura”, explicó Welsh, añadiendo que “sin embargo” su “experiencia ha sido muy positiva. El lector ha sido un apoyo en lo que intentaba hacer: equilibrado, meditó lo que me dijo y fue muy clarificador”.

Cada vez. más injerencias:

Hay personas que, en el ámbito editorial, sostienen que esta figura siempre ha existido. Sin embargo, el sensitivity reader ha empezado a tener éxito desde hace pocos años. Parece que el año 2020 fue decisivo para su afirmación profesional. Tras el auge del movimiento Black Lives Matter, las peticiones de mayor atención a los temas vinculados a la “diversidad” e “inclusión” aumentaron.

Algunos agentes literarios admiten que las editoriales buscan la opinión de sus empleados y les consultan sobre lo que podría causarles asombro o incomodidad. Obviamente, no todos los autores aceptan de buen grado las “opiniones” de los lectores sensibles, y algunos se sienten ofendidos ante la idea de recibir una valoración de este tipo.

El inglés Anthony Horowitz contó a The Spectator, que cuando le asistió un sensitivity reader para representar un personaje de los nativos americanos, lo percibió como que “una persona externa le decía lo que tenía que escribir”. Es verdad, técnicamente no es censura. El lector sensible no tiene poderes coercitivos formales. Sin embargo, hace propuestas correctivas que, utilizando las palabras de El padrino de Francis Ford Coppola, ‘no se pueden rechazar’.

Militantes progresistas:

Que el lector sensible está politizado es verdad. Lo sugiere el hecho de que se trata a menudo de jóvenes recién licenciados y, por consiguiente, embebidos de ideología woke. Lo admiten ellos mismos.

La revista Vice entrevistó recientemente a una profesional del sector que ha aceptado presentarse públicamente: Philippa Willitts, que ha trabajado en revistas, blogs y libros para ofrecer servicios tanto de corrección de galeradas como de edición especializada. Basta leer sus declaraciones para hacerse una idea del nivel de ideologización de los lectores sensibles. Willitts, atenta sobre todo a los temas LGBT, sostiene que no se puede ocupar de temas raciales porque no es negra: “Como mujer blanca, no puedo decir nada respecto a la raza”.

Habría mucho que objetar sobre una consideración de este tipo, pero Willitts va aún más allá: interpelada sobre el hecho de que ella y sus compañeros a menudo son de izquierdas, declaró: “Creo que sí, es así, pero no es algo malo”. Como diciendo: efectivamente, nosotros, los militantes de la izquierda del caviar, estamos al mando y no vemos dónde está el problema. Pero toda persona a la que le importe la libertad de expresión no puede más que temblar, sabiendo que antes de ser impresos los libros son, y serán cada vez más, revisados por quien no considera un problema su propio sectarismo.

El Winston Smith que George Orwell, en  su libro 1984, había imaginado como trabajador comprometido en arreglar textos y ensayos del pasado para no contradecir al partido, ya es una realidad.

________________________

Fuente: Tomado del artículo del mismo nombre en religionenlibertad.com, traducción del inglés por Helena Faccia Serrano, 29 mayo 2023.

COMPARTIR EN REDES:

Publicaciones Recientes

Nuestro Contenido